jueves, 21 de noviembre de 2013

Pequeño Tiempo

El pequeño Tiempo se nos escapa de entre nuestras manos como una cascada de agua fría que nos clava sus afiladas gotas como puñales al no poder atraparla. Y nos hace daño, mucho daño. Una angustia congelada nos invade al darnos cuenta de que no podemos controlarlo. El pequeño Tiempo nos desobedece, desde que le pusimos nombre ha sido un rebelde. No lo hemos educado bien, pensamos, y como los tontos padres que somos nos obsesionamos con él, queriendo encauzarlo de nuevo en el camino que nosotros creemos mejor para él, para su futuro. No lo dejamos en paz. No reconocemos que es un caso perdido, que se nos ha ido de las manos porque no le hemos enseñado bien. Dejemos de meterle presión al pobre pequeño Tiempo: unos piden más de él y otros menos. Cuanto más lo hagamos, más se cansará de nosotros y nos odiará. Y él bien sabe cómo es de grande su poder y su capacidad de controlar a su creador. Él mejor que nadie conoce la receta perfecta para cocinar venganza y la presentación óptima para servir el plato como bien le enseñó su abuela. Poco a poco, nos encerrará en la misma cuna etérea que nosotros le regalamos cuando era sólo un bebé y ya será tarde para preguntarnos qué hicimos mal. Muchos dicen que fue un error, un accidente, un embarazo social no deseado. ¡Qué equivocados están! Fue fruto de la imprudencia, ambición y soberbia. Si hubiésemos tomado prevenciones por aquel entonces no nos estaríamos lamentando en estos duros momentos.

Pero está claro, al menos para mí, que la culpa no es del pequeño Tiempo. Es nuestra por ser los típicos progenitores posesivos, obsesivos, autoritarios y controladores. Redimamos nuestros errores paternos pasados ahora que aún estamos a tiempo. ¡Sintamos empatía hacia nuestro pequeño Tiempo! ¡No intentemos matarlo como el iluso Sombrerero Loco! ¡Reconciliémosnos con él! Puede que el pequeño Tiempo sea difícil de llevar, pero al fin y al cabo es nuestro hijo. La vida sería mucho más fácil para nosotros si apartásemos la vista, pero bien es sabido que es imposible y que al primer imbécil que vuelve la cabeza comienza el efecto dominó. También es cierto que sería hipocresía renegar de algo nuestro que ya no queremos por el simple hecho de considerarlo un error por no estar sometido a nuestra merced, ya que ante todo somos los tutores legales del pequeño Tiempo hasta que cumpla la mayoría de edad. Puede que para tal fin tengamos que salirnos de las vías establecidas como en su día hizo nuestro hijo, abandonar las tediosas infraestructuras de nuestra sociedad normalizadora. Puede que nos llamen locos, pero habremos conseguido algo que nadie habrá logrado, ni siquiera intentado, recuperar a nuestro hijo perdido.