miércoles, 4 de febrero de 2015

Yogur

La niebla del televisor
espesa el yogur que en mi cerebro fermentó.
Las latosas interferencias de la antena
confunden mi mente ácida y lechosa.
Culpa suya es que sólo conozcamos el deseo
en su vertiente más absurda y tonta.
Y nos hundimos en la mullida nube
suave y confortable como un sueño de lino.
Y nos da igual que el coloso, dulcero y glotón,
se zampe nuestros lácticos pensamientos
y rebañe con su cuchara el fondo del envase
hasta empacharse de tanto azúcar y bollería industrial,
hastiado de la rutinaria merienda.
Sobre el hombre elefante
va vaciando nuestros cráneos,
devorando nuestros sesos
y todos saben igual, monotonía gustativa,
consumiéndonos antes de nuestra fecha de caducidad,
código de barras que se adhirió a nuestra sien
al bañarnos en la crema pegajosa.
La cucaracha del Guernica
escarchó nuestra fruta prohibida 
en el valle de las dos cerezas
y la convirtió en un corazón autómata.
Milagro cristalino que refleja como mimo por París
las pupilas ausentes y distraídas,
los tibios iris lacrimógenos del testigo,
sus ojos de horchata congestionados
que por sus cuencas desoladas y eternas
ya no emanan las carnes lozanas repletas de ilusiones
que al rasgar sus muslos con el cuchillo del genio
brota la imaginación,
derramando la yema del universo
sobre el frívolo perfume de flor de lis
deshilachándose en finas hebras de lana escarlata
que cosen y cicatrizan la herida
hasta que el ovillo nuevamente se devana
y la musa acaricia la piel magullada
para que el caparazón de galápago
bucee por los cauces de los ríos de vino tinto
que empapan caprichosos
la angustia horneada en la hogaza de pan.
Y Cupido se marchó al exilio
dejándonos desamparados bajo el yunque incandescente
de la dictadura del engendro futurista
que enguantó de nata su mano de hierro
y emite estático la velocidad.
Su manifiesto se vierte contra la mecánica del engranaje,
paralizando su majestuoso mosaico de sierpes,
oxidando el movimiento de su puzzle
y prohíbe que nuestros dientes
mastiquen los pétalos del crisantemo encefálico
que ya no brota en el impulso
al igual que las mariposas
no amanecen de los crisálidos nervios.
Tirano, censura nuestras emociones
mientras aplaudimos frente a él
y sólo bebemos leche cortada, agria y putrefacta,
para luego vomitar del mareo nuestras tripas anodinas
pegados a la pantalla.
Y podríamos huir surcando los cielos en globo aerostático
saboreando amable como un beso
el sonrosado algodón del edulcorado atardecer
pero ya es demasiado tarde,
la luz de la luna hace tiempo que se apagó.
La televisión nos enseñó a amar,
sólo suspiramos como ella nos inculcó.
El sentimiento murió.