viernes, 24 de enero de 2014

Maggie

Maggie se levantó pensando en él. Todos los días comenzaban igual. Se desperezó vagamente y bostezó. Una burbuja salió por su boca, sus recuerdos de ayer hechos con agua y jabón, siempre los mismos. Vivía estancada en una incesante desesperación por salir de su cárcel de sentimientos, sentimientos repetitivos y aburridos. Una pequeña ciudad en su mente, todo era culpa de la Luna.

Había intentado dejarle cientos de veces, pero cómo sin hacerle daño, cómo sin sentirse culpable. Sus rizos castaños le caían sobre sus ojos cansados. Tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Evolucionar, eso era lo que necesitaba. Las margaritas lucían sus espléndidos pétalos perlados pero sus raíces hace tiempo que se marchitaron. Su cámara fotográfica estaba repleta de las mismas instantáneas. Los fotogramas de su película eran imágenes repetidas, copiadas y pegadas cada veinticuatro horas. Notaba cómo su juventud se escapaba y ella, fatigada y abrumada por el tedio, no podía hacer nada, no la alcanzaba en una carrera en el fango que nunca terminaba. Tenía prisas, pero su corazón no le permitía acelerar.

La calle estaba vacía, no había más que un taxi aparcado esperando a algún cliente apremiado. El silencio no hacía más que agobiarla, podía escuchar lo que sucedía en su interior, lo cuál la aterraba, y como se temía, no había ninguna novedad. Buscando entre sus trazos de monotonía intentaba encontrar algún borrón de innovación. El esperado desenlace la hastió como de costumbre.

No sabía cómo decírselo, no encontraba las palabras exactas, las palabras edulcoradas y empalagosas que en su algodón de azúcar se habían perdido. Puede que lo dejase destrozado, pero en algún momento de su vida una persona debe ser egoísta y pensar en sí misma, nadie puede ser tan bueno. De pronto lo vio. Tenía miedo de mirarlo fijamente, no quería que la hipnotizase con su iris celestial. En un arrebato de ignorante valentía, volvió la cara hacia él...

...Y Maggie empezó a volar, a volar muy, muy alto. Paseó entre las nubes, descansó sobre el inmenso mar azul en el que navegaban y siguió ascendiendo hasta saludar a las estrellas y llegar a la Luna. El alunizaje fue sutil. Sobre el queso emmental se encontraba el mismo banco desde el que se disfrutaban las vistas de siempre. Allí le esperaba su amado. Le hizo un gesto con la mano para que se sentase. Obedeció. Caminó sobre la superficie láctea y se acomodó.

Los engranajes de su corazón marchaban con el placer. Maggie dejó la mente en blanco y se dejó llevar. Las conversaciones sobre el periódico, las opiniones fotocopiadas... La rutina le agradaba. Disfrutaba de cada momento de la reposición del capítulo, pero la emisión llegaba a su término y tenía que darle un final cerrado al episodio de hoy. Se arrimó a él despacio y lo besó.

Cuando él se despidió y dobló la esquina, el rocoso terreno de cal desapareció. La misma calle, el mismo taxi vacío. Siempre lo mismo. Las palabras indulgentes afloraron en su mente, aquellos vocablos que ella tenía que repetir en su discurso de despedida, pero la tijera se le olvidó en casa. Como siempre. Se metió en el coche amarillo con pesadumbre y pidió que la llevasen a casa. El taxista no formuló ninguna pregunta, estuvo callado durante todo el trayecto. Como siempre. Al parecer, nunca podría hacer con su cámara una foto distinta.

Maggie se levantó pensando en él. Todos los días comenzaban igual.