Las
rosas cubren tus ojos,
pinchan
sus espinas en tus pupilas.
Sólo ves
empapado de rojo.
Te
amarran y se clavan en tus brazos,
desgarran
tu cáscara
hasta
que tus venas han cortado.
Te
hacen sangrar.
Y te
preguntas por qué te adentraste en este jardín.
Su dueño
lo ha descuidado,
es
culpable de tus heridas de carmín.
Hasta
que adviertes
que
fuiste tú quien plantaste las astillas que ahora te hacen daño,
por
las que encadenas cardenales a lo largo de tu piel.
Y clamas
desesperado por quién te salvará
pero
el único que ostenta en sus manos el amparo
eres
tú,
tu
propio ángel de la guarda,
derramarás
la bendición sobre tus moratones
para
consumar tu redención,
de lo
contrario
las flores
de hemoglobina brotarán de tu pecho
y desaparecerás
entre la maraña bermellón de pétalos escarchados,
y tu
última lágrima derramada
se
confundirá salpicada en el rocío de la madrugada.