jueves, 23 de junio de 2016

Houdini

         Deslizo mi mano por su cuerpo. Acaricio con triste elegancia su lánguida piel con las yemas de mis dedos. Siento las protuberancias de sus huesos bajo su desgarrada dermis. Apoyo mi barbilla sobre su cuello inerte y miro hacia el horizonte abisal. Mis cristales brillan al mismo tiempo que mi pupila proyecta mi plenitud. Asisto en mi retina a una obra maestra, una compilación de recuerdos y genuinas hipótesis que nunca se harán realidad. El metraje de la película cinematográfica es interminable. Hallo una leve evasión en su perpetuidad, que se prolonga hacia más allá del lóbrego vacío. Nos hundimos apaciblemente, rodeados por una plúmbea inmensidad. El tul se escapa de entre mis dedos, nos roza suavemente con la sutil decadencia que le es propia. Mis cabellos, arrullados por la mar, se deshilvanan en millones de castañas algas y la belleza de sus ondulaciones flota indolente contorneada por el tedio y el tormento que se impregnan derredor. Agonizantes, luchan por sobrevivir. Burbujas de oxígeno parten de mis fosas nasales con destino al piélago, danzando en caprichosas y dúctiles posturas mientras centellean como joyas diamantinas al envolver frágiles el amable rayo del cobalto. Mi corazón está decrépito por su rostro, lo más pálido que ha estado nunca. Observo su semblante tras el vidrio, mortecino, enfermo. Su boca permanece abierta, esperando por toda la eternidad a que le entregue el objeto de su salvación.

         Lo abrazo, lo estrujo contra mis pechos. Clavo mis uñas en su carne putrefacta hasta que el hedor me anega las entrañas. Le dejo marcas en su seca tez que no sentirá jamás. Aparto de su sien las reminiscencias de su marchita melena. De pronto las lágrimas brotan de mis transparencias, surgen incólumes pero la polución las macula al instante y se desvanecen, derramadas en vano, inútiles y perdidas en la grandiosidad de esta argentina desolación. La gasa cubre sus ventanas, su expresión de terror es enterrada por un turbio velo que lo separa de mí. La suciedad infecta su córnea, y no vislumbro su hermoso iris. Oh, su diáfano color desfallece y exánime, no es capaz de teñir mis exhaustos entresijos, anhelantes por saciar su sed sorbiendo del somnoliento jugo. Sus anémicos pigmentos pronto serán vejados por la erosión que los hostigará hasta tornarlos, abrasados, en unas cuencas vacías denigradas a la más anodina de las existencias, condenadas a descifrar a través de un prisma desapasionado el gélido orbe. Lo zarandeo con vehemencia. ¿Por qué no despiertas? Él es mi sueño, y está muerto.

         No llegué a tiempo. ¿Dónde está? Perdí la llave, y no se la pude entregar. No recuerdo si me la tragué. Fracasé. No consiguió fugarse de las ensortijadas cadenas que lo oprimían, y todo fue por mi pecado. Y ahora su silueta se encuentra presa de un conjuro, sellada para siempre bajo un candando inquebrantable. Muerdo su hombro en descomposición y la mugre llena mis dientes y conquista mis encías. Con solo un encuentro de nuestras lenguas, nuestro amor no habría perecidoDe haber poseído la clave metálica entre mis labios, codiciada por su insatisfecha voluntad, hubiera aliviado su calvario. Hubiera escupido la áurea reliquia por mi cascada de espuma para bañarla en su saliva y abrirle las puertas a su emancipación del óxido. Mis vísceras exudan la amargura y la ira que mancillan mis vestiduras, dejaré que la más dolorosa de las rendiciones cubra los tejidos y enfangue el lino. Sostengo su raquítico y grisáceo cadáver, y no lo suelto. No lo haré jamás. No te separes de mí. Nunca. No me abandones, estate aquí a mi lado. Un alarido bronco rompe en mi laringe. No puedo gritar su nombre. Hou-di-ni, murmullo jadeante. Mi respiración entrecortada se ve sorprendida por repentinos estremecimientos que sacuden mis lozanos músculos. Pero él permanece inmóvil. ¿Por qué no tiemblas como yo, cariño?

         Bésame, como yo tantas veces te he besado a ti. Sus labios permanecen quietos, callados. Una visión demasiado escueta en la intimidad de este adusto paraje, que me arrebata los jaspeados retratos de mi memoria. Su ósculo se enmohece y su firma se degrada. La evidencia simplemente se esfumó y deseo ferviente que volvamos a encarnar la vívida imagen de lo que fuimos durante la pretérita estación. Por favor, arrópame en el plomo. Bebo del agua negra de su pozo. Mas sólo recibo el polvo de sus profundidades, que se me agolpa en la garganta y se adhiere a mi paladar granulando el sabor, tornándose áspero. Te quiero, estallo, ¿pero me amas tú a mí? Creo en ti, ¿acaso has olvidado toda la gloria que te profesé? ¿me estimas tanto como yo a ti? ¿Te he decepcionado?, bombardeo en mi desatado paroxismo. Háblame, te lo suplico. Mírame a los ojos y susúrrame al oído el código que sólo tú y yo conocemos. Y todo terminará. Somos una promesa rota, un porvenir despedazado.

         No supe reaccionar en su debido momento. Debí correr hacia a ti, oh, mi Houdini, pero el pánico me paralizó, mis pies parecían estar atrapados en una ciénaga. No podía moverme. Cuando me recuperé de la conmoción, ya era tarde. Golpeé el tanque una y otra vez con todas mis fuerzas mientras chillaba tu nombre, pero no conseguí romper la maldición. Me mirabas fijamente horrorizado pidiéndome auxilio. Fui testigo de tu último aliento, de cómo las oceánides arrancaron tu alma y se la llevaron lejos de mí, dejando que el agua inundara tus pulmones. Vi cómo tus facciones se deformaban y tu figura se hinchaba. De forma súbita colisioné con la realidad, y mi vida se quebró en mil pedazos. No merecía la pena seguir con ello, no tenía sentido. Me senté sobre la mesa y esperé, no sé muy bien a qué, a un milagro, supongo. Me sentía vulnerable, perdida porque todo en lo que creía se había desmoronado. Ya no existía nada.


         Me dejé llevar por las apacibles olas del mar onírico. Buceé. Soñé que me sumergía contigo, que te volvías a ceñir a mí. Nos he condenado a ahogarnos en este nublado y yermo océano. Las caracolas serán nuestra almohada y las corrientes nuestras brisas. Te cantaré al oído mil arias del perdón que no escucharás. Esta caja de caudales será tu tumba, pero yo permaneceré junto a ti, para siempre. Nos posamos en el fondo con delicadeza. Apoyamos nuestras cabezas lentamente, con tranquilidad. La desesperación se diluye en el sosiego de lo indefinido. Durmamos, dejemos que las motas de la fina arena sean nuestras sábanas. No encontré la llave y te perdí a ti.


Megalodónica foto de Marta Hoyos. 
En su perfil de Instagram podéis encontrar muchas más igual de bonitas e inspiradoras  
que la que ilustra este relato.
Merece la pena pararse a admirar su maravillosa obra.