miércoles, 15 de octubre de 2014

Equinoccio

La mediocridad es mi peor pesadilla
y me escondo en la bruma de la huerta onírica.
Colgado de un árbol como un enamorado
espero mi sentencia.
No seré la suculenta manzana con la que tentará la serpiente.
Eva no desgarrará mi carne ni escupirá mi pulpa.
No seré la roja manzana que ofrecerá la bruja.
No seré yo quien envenene a Blancanieves.
Suspendido,
sin gravedad,
con los sesos derretidos
no me importa cuál será mi destino
porque estoy vacío,
sólo soy piel jugosa.
Contemplo una realidad medio ocre,
medio podrida.
Átropos con sus aborrecibles tijeras
corta la lana negra
que sostiene mi último aliento.
Me precipito como un ángel caído
al que le cortaron las alas cenicientas como castigo.
Mis dedos rozan el mundo como si fuera gasa de seda.
Me abro la cabeza.
Sólo quiero que me devoren los gusanos.
Bebed del zumo recién exprimido.
Nutriros de este vespertino bocado.
Embriagaros con mi sidra picada.
Hace tiempo que perdí mi sabor dulce.
Mis entrañas se tornaron amargas.
Mis glándulas soporíferas exudan mugre.
Que disfrutéis de mi insípido cadáver.



lunes, 1 de septiembre de 2014

Discotheque

Luces de neón como único Sol. A cámara lenta, la multitud escupe su cerebro y lo pisotea al ritmo de un tambor taladrador. Dicen que la noche es joven, pero les falta añadir que pervierte la adolescencia. Bajo la artificial iluminación de esas lámparas horteras todos son la misma persona. Con el corazón en el punto de mira de los láseres, enfrían sus almas y cuando se encuentran heladas, salen a la caza en busca de alguna presa borracha intentando no sentir nada.

Ella se dispone a adentrarse en ese submundo. Cada crepúsculo hace su aparición estelar. Efectúa su grandiosa entrada y pisa la pista con sus tacones de baile. La muchedumbre se paraliza en una imagen congelada. Su larga melena como estandarte anuncia que ella es la reina. Sus rizos morenos ondean al son de la expectación. Sus labios carnosos y rojos como la sangre advierten de su peligro.

Colonia en vena es sinónimo de diversión selénica. Entre chupitos de cuero bebe la ilegalidad. Desinhibida desnuda su voluptuosidad. Melodías pegajosas impregnan su pálida piel. Mueve sus medias rotas danzando una coreografía boba. Sus pies exudan tras las cabriolas. Ella no va al instituto y transgrede las normas. Iletrada por saltarse las clases piensa que es una chica mala. Se cree veneno, pero la infectada es ella.


Su lápiz de ojos desmesurado cruza la mirada con un apuesto púber. De pelo ceniciento, su cuerpo delgado sólo zapatea. Su iris de tequila lo hipnotiza. Su aroma a tabaco barato lo adormece y confunde. Sirena discotequera seduce a su marinero desacompasado. Magnética, lo atrae con sus brujos encantos hasta sus fauces. Sus cuerpos entran en contacto y un virus químico enferma su encéfalo. Dos desconocidos para siempre compartiendo un momento íntimo entre el alboroto. Sus fuertes manos rodean su cintura y se introducen bajo su camisa escalando su espalda. Es entonces cuando se da cuenta de que ella ha sido la víctima del engaño. El chico abre su boca de lobo y con sus zarpas le rasga el vestido de seda. En su último aliento ella suspira a través de sus decaídas comisuras:


-¿Esto es amor?
-Esto es amor.

La bola de espejos cae sobre su cabeza.

domingo, 20 de abril de 2014

Gato-helado

Los gato-helados
están congelados
y entre tanto
yo me como la mano.

Yo te digo "Por aquí"
si tú me dices a mí
que los japoneses
inventaron los siameses.

¡Los gato-helados
son la mascota perfecta para el verano!

A derretir se comienzan
si no te los tomas de merienda.
Con la familia o con tus amigos,
en la playa o en Vigo.

Escoge la raza que quieras:
chocolate, fresa,
vainilla, cereza,
menta o hierbabuena.

¡Los gato-helados
son la mascota perfecta para el verano!

¡Miles de sorpresas
encontrarás en su caja de arena!



                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     





sábado, 12 de abril de 2014

Médula

Abrió los ojos y únicamente sintió el solitario latido de su corazón. Dos turquesas abrazadas por ríos de tinta admiraron su propio universo, los vestigios de la plenitud del infinito. Antes su eternidad se le escapaba pero ahora podía atrapar su contingencia y encerrarla en el puño de su mano.

 Rodeada de neblina, abandonó la esponjosa nube. La musicalidad del sueño entonaba una sonatina. El mármol danzó sobre el escenario al son del revoloteo de la cascada de leche y el reflejo de las oceánicas paredes. La estatua se ocultó entre bastidores. Mudó de piel y se enfundó un vestido draconiano con estampados del alba y continuó la función. Las mariposas níveas revolotearon hasta posarse en la regia cómoda de donde tomaron un poco de néctar de la vidriada flor.  

Las mudas cariátides la acompañaron por las escaleras. Allá abajo se extendía un laberinto de cristal de interminables pasillos. En su caminar el eco era su único acompañante, sus pasos callados por la vereda eran el goteo de la llovizna. Una sosegada placidez dominaba el ambiente. Cada día se perdía en la intimidad de aquel lugar. ¿Qué hilo escoger de la telaraña? Lujosos salones y límpidas habitaciones. Las finas membranas de las cataratas no se empeñaban en ocultar secretos a sus espaldas. Y es que en ese ambiente platino la poesía se desenvolvía con maestría.

Puede que fuese reina de un desamparado reino, pero quieto y diáfano, no era tachado de corrupto. Emergió a partir de las profundas raíces de agua que florecían del interior abismal derritiendo el azúcar, velado por gigantes albinos y sostenido por un Atlas corintio, su castillo permanecía sereno en el albugíneo Olimpo. Ninguna esencia ajena deambulaba por los aposentos mientras el bullicio foráneo de boca cosida luchaba por hacerse notar, mustio. En su pulcro palacio nadie entraba ni nadie salía. Y la princesa de la Eudaimonia recitaba en su soledad silenciosos soliloquios.

Daba largos paseos por los reptiles pasadizos y recónditas estancias de su mística fortaleza mientras su seda lanzaba destellos y acariciaba sus hebras candes con su peine de coral. El cisne había  recuperado su velo robado y podía desplegar sus principescas alas y echar a volar.

De allá de donde venía la despojaron de su humanidad por dejar al descubierto su médula. Desnuda comenzó su exilio. Las pisadas en la nieve eran el rastro de su estática vida pasada, había estado encarcelada por las voces ajenas y ahora era fugitiva de su yo extranjero. No se esforzó en borrarlas, no creía siquiera que la hostigasen con una persecución.

Tras una violenta tormenta de agujas que se clavó en su pálido rostro, halló asilo en el Templo Blanco. Ahogó sus memorias en el lago congelado. Meditó en el valle de las lamentaciones. Bajo el puente de madera escuchaba las voces angustiosas de las ánimas arrepentidas que pedían perdón y emancipación por sus pecados, de la fosa miles de brazos de cal se enredaban formando un entramado de manos abiertas que luchaban por atrapar la fría luz del exterior buscando una brizna de piedad.

En sus abstracciones los perlas impregnaban su tez de recuerdos malditos y pegajosos arroyos de sufrimiento recorrían la escultura. No volvería a cometer los errores podridos de su vetusta savia que condujeron a aquellos desdichados al tedio y a la desesperación. Ella tuvo tiempo de escoger el camino equivocado, sabia elección.



Cuando se recuperó de las magulladuras del abandono mastodóntico, las ninfas le regalaron la mismísima vestidura hilada por las Moiras y le retiraron el impecable tapiz tejido por Aracne. Los monjes le concedieron el honor de la sabiduría trascendental. Permaneció allí hasta que disfrutó el peso de su vida sobre sus propios hombros.

Abandonó aquel Edén en busca del suyo. El tortuoso sendero estaba lleno de cristales rotos que crujían y se clavaban bajo sus pies descalzos y un espeso limbo de plomo la aplastaba. La fatiga hizo que casi rompiese las cadenas que la unían al ancla, pero la reminiscencia de las ruinas calmó el embravecido mar y ahuyentó a las sirenas. Con el naufragio recobró la confianza en el destierro.

Guiada por la carta náutica, fue al encuentro de la desolación y su creación brotó de su pecho. Perpetuo manantial de personalidad. Edificó la ciudadela donde permanecería recluida hasta que el último grano de arena se precipitase, floreció como un crisantemo. Su aislamiento palatino se convirtió en un dulce encierro. Su voluntad se fundió y constituyó una aleación vital. Su alma se identificó con la plétora de la existencia y arribó a su utopía. Ella era su realidad.

Amó la placentera responsabilidad inherente a ninguna referencia a la que aferrarse. Cada bendita inhalación llenaba sus pulmones de franca libertad y brío. Allá fuera gobernaba el caos, pero en su palacete imperaba su obra, recia bajo el estandarte de la imperturbabilidad. En el superfluo Averno la señalaron con el dedo de la vergüenza y la acusaron de locura, bienaventurado sea aquel delito pues mientras las lágrimas inundaban la angostura ajena, en su manicomio particular regentaba en el cielo el astro de la ventura.

viernes, 24 de enero de 2014

Maggie

Maggie se levantó pensando en él. Todos los días comenzaban igual. Se desperezó vagamente y bostezó. Una burbuja salió por su boca, sus recuerdos de ayer hechos con agua y jabón, siempre los mismos. Vivía estancada en una incesante desesperación por salir de su cárcel de sentimientos, sentimientos repetitivos y aburridos. Una pequeña ciudad en su mente, todo era culpa de la Luna.

Había intentado dejarle cientos de veces, pero cómo sin hacerle daño, cómo sin sentirse culpable. Sus rizos castaños le caían sobre sus ojos cansados. Tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo. Evolucionar, eso era lo que necesitaba. Las margaritas lucían sus espléndidos pétalos perlados pero sus raíces hace tiempo que se marchitaron. Su cámara fotográfica estaba repleta de las mismas instantáneas. Los fotogramas de su película eran imágenes repetidas, copiadas y pegadas cada veinticuatro horas. Notaba cómo su juventud se escapaba y ella, fatigada y abrumada por el tedio, no podía hacer nada, no la alcanzaba en una carrera en el fango que nunca terminaba. Tenía prisas, pero su corazón no le permitía acelerar.

La calle estaba vacía, no había más que un taxi aparcado esperando a algún cliente apremiado. El silencio no hacía más que agobiarla, podía escuchar lo que sucedía en su interior, lo cuál la aterraba, y como se temía, no había ninguna novedad. Buscando entre sus trazos de monotonía intentaba encontrar algún borrón de innovación. El esperado desenlace la hastió como de costumbre.

No sabía cómo decírselo, no encontraba las palabras exactas, las palabras edulcoradas y empalagosas que en su algodón de azúcar se habían perdido. Puede que lo dejase destrozado, pero en algún momento de su vida una persona debe ser egoísta y pensar en sí misma, nadie puede ser tan bueno. De pronto lo vio. Tenía miedo de mirarlo fijamente, no quería que la hipnotizase con su iris celestial. En un arrebato de ignorante valentía, volvió la cara hacia él...

...Y Maggie empezó a volar, a volar muy, muy alto. Paseó entre las nubes, descansó sobre el inmenso mar azul en el que navegaban y siguió ascendiendo hasta saludar a las estrellas y llegar a la Luna. El alunizaje fue sutil. Sobre el queso emmental se encontraba el mismo banco desde el que se disfrutaban las vistas de siempre. Allí le esperaba su amado. Le hizo un gesto con la mano para que se sentase. Obedeció. Caminó sobre la superficie láctea y se acomodó.

Los engranajes de su corazón marchaban con el placer. Maggie dejó la mente en blanco y se dejó llevar. Las conversaciones sobre el periódico, las opiniones fotocopiadas... La rutina le agradaba. Disfrutaba de cada momento de la reposición del capítulo, pero la emisión llegaba a su término y tenía que darle un final cerrado al episodio de hoy. Se arrimó a él despacio y lo besó.

Cuando él se despidió y dobló la esquina, el rocoso terreno de cal desapareció. La misma calle, el mismo taxi vacío. Siempre lo mismo. Las palabras indulgentes afloraron en su mente, aquellos vocablos que ella tenía que repetir en su discurso de despedida, pero la tijera se le olvidó en casa. Como siempre. Se metió en el coche amarillo con pesadumbre y pidió que la llevasen a casa. El taxista no formuló ninguna pregunta, estuvo callado durante todo el trayecto. Como siempre. Al parecer, nunca podría hacer con su cámara una foto distinta.

Maggie se levantó pensando en él. Todos los días comenzaban igual.